Él se sentía ahogado. Como si estuviera en el fondo del lago donde fuera arrojado por par de extraños. No podía expandir su cavidad toráxica. Era como si nunca volvería a respirar. Los peores dos segundos de su vida. Acostado en su cama, mirando el techo, acompañado nada más que por la sombra de los árboles que se dignaban a asomarse por la ventana cuando el viento decidía que era el momento de hacerse sentir.
El insomnio lo atacaba. No lograba conciliar el sueño por más que quisiera, pues su cabeza, llena de pensamientos no permitía que cayera en las profundidades del subconsciente, permitiéndole dejar su mente levitar a un plano superior. Descansar por fin de todo lo que le rodeaba luego de tanto correr y completar sus proezas.
La noche parecía no acabar. El frío abrigaba cada centímetro de su piel, no importando cuan abrigado estuviera. Tan fuerte era que penetraba aquellas telas y se unía al frío intenso que emanaba su alma ansiosa en busca de calor. De un fuego que pudiera derretir aquello que por razones ajenas a su voluntad se había extinguido, dejando a su paso solo una sombra de lo que alguna vez ese hombre fue.
Al bajar de su cama, sentía como su pié derecho sentía el frío del suelo. Tanto que tuvo que levantarlo por un segundo y pensar si realmente quería salir de la “comodidad” de su cama, ya que al no poder conciliar el sueño, era tentador el libro polvoriento que había dejado alguna visita. Pero el pensamiento se desvió hacia la ventana, donde comenzaba a asomarse la luna.
Luna menguante, como sus sentimientos. Era como sentir el dolor del desvanecimiento y no saber si volverá a brillar. Lo único certero era que sabía que la luna volvería a brillar. En cambio él, hombre con alma melancólica, solo miraba y recordaba los días que fueron y ya no serán.
Se dirigía a la cocina, donde decidió preparar un té. Relajar un poco su cuerpo para ver si así encontraba ese descanso que tanto anhelaba. Al colocar la tetera en fuego, a las afueras de la casa, se escuchaba lo que parecía una tormenta. Se aseguró de que todo estuviera cerrado y así desaparecía el brillo tenue de ese menguante satélite y las sombras de los árboles contra la pared.
Sonó el tetera, anunciando estruendosamente que su contenido estaba listo para ser vertido en el recipiente, lleno de aquellas hojas que le ayudarías, tal vez, a descansar su alma por unos momentos. Pero cansado y sin sueño, dejó aquél líquido que había hervido en vano, para sentarse a la mesa a pensar sobre lo que le deparaba al siguiente día.
Alma en pena, alma preocupada. Hombre que solo piensa en el mañana. Sus pesares del pasado son las preocupaciones del futuro. Y no importa cuántos desvelos pase, siempre es la misma historia. Insomnio, vueltas por la casa, tazas sin tomar, mesas llenas de preocupaciones. Un ser cuya ánima anda en un penar constante.
¿Qué deparará el destino de aquel que solo piensa en lo que vendrá y no en lo que vive? ¿Es acaso menos importante plantearse el que será por lo que es? Hombre que busca su destino, que busca encontrar su alma. Un corazón que al igual que el de él, busque saciar la sed de compañía, de calor. De ese calor que derrite el hielo que se a convertido en su coraza. Se ha olvidado de vivir hoy, pero vive en el mañana, deseando un día poder dejar atrás todo lo que un día le arrebataron por maldad.
Hombre herido injustamente por la enfermedad que le a provocado tanta maldad
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