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De Iyawó a Adelabí...






Hace años atrás te hubiera dicho que jamás de los jamases me iniciaría en una religión o tradición fuera de lo que ya conocía.  Nunca podría haberme imaginado vistiendo todos los días de blanco, con collares y otras cosas más.  En mi vida se me había pasado por la cabeza que sería un “Iyawo” algún día.  Pero las cosas pasan por alguna razón y el destino nos lleva a donde finalmente debemos estar, ¿o me equivoco?

Siempre tuve una idea errada de lo que era la “Santería” o como se debe decir correctamente “Regla de Osha”.  Tal vez por conceptos y preceptos equivocados de lo que las demás personas hablan y uno se le queda grabado.  Por no darse a la tarea de educarse primero y aceptar por cierto que “eso es malo” o que “esa gente es tan primitiva”.  Poco uno sabe si no se educa y vive el proceso.  Lo que decidí hacer al empezar a escuchar a santeros mayores hablar y hasta en mi primera vez en un “güiro”.  Una vez te adentras, abres los ojos a una nueva realidad donde comienzan los cambios sin ni siquiera haber hecho algo.  Es donde se reta lo que conocíamos o “creíamos” que conocíamos.

Remontemonos a tan reciente como 5 años atrás.  Ya yo conocía a estos seres que son mis padrinos, pero nunca había compartido más allá que ir a la casa en algunas ocasiones y una que otra  misa en los años anteriores a estos cinco.  Donde comienzo a ir y a compartir, pensando en nada, y no teniendo idea que se volverían parte de mi familia y me adoptarían como a un hijo más.  Es aquí donde comienzo a romper con el estereotipo del “santero” que se tiene imaginado por la plebe.  Me repetía: “Pero si son como cualquier hijo de vecino.  Tienen su hogar, su familia, sus problemas, sus días buenos, o sea, se vive normal”.  Es que uno se imagina unas cosas.  Y yo que soy tan “imaginativo”, pues ya sabrán.  Y eso que vengo de practicar la Wicca, que no es lo más original de este planeta, pero la cantidad de personas que uno se encuentra ahí de los diferentes caminos de la vida, no debería sorprenderme.

Escuchar en cada reunión a las personas hablar y ver como es otra religión con todas las de la ley.  Que cuenta con una estructura y una lógica que cuando le das mente dices… “Pero qué equivocado estaba, ¡madre mía!”.  Y cada día que compartes sigues derribando la muralla que por tantos años habías creado por diferencias en creencias y, por supuesto, prejuicios infundados.  Cosas que vemos a diario en las redes sociales o que la señora del vecindario que va todos los domingos a misa dice que la gente de la otra cuadra son santeros y adoradores del diablo… Primero, señora… si son SANTEROS (que veneran a los SANTOS), ¿cómo pueden ser adoradores del diablo?  Entonces los católicos, son santeros también, pues les rezan a los santos y los “adoran”.  Algo no me encaja entonces.  Bueno, aunque los protestantes critican esto de los católicos, pero eso será para otro tema.

Es en ese momento en el que empiezan mis dudas.  Comienzo a preguntar, a envolverme y empaparme más en el tema.  De hacer preguntas y recibir respuestas en su debido momento hasta llegar al momento en el que decido emprender este camino.  Pues las personas que me pusieron en frente, me demostraron, y siempre lo han hecho, que tienen la responsabilidad, el interés y dedicación de no solo ayudar, sino de educar y llevar por la vereda correcta a quien llega donde ellos.  Siempre lo he dicho y es algo que repetiré.  No me arrepiento de haber llegado allí, ni de mi decisión.

Aquí es donde entonces tomo la decisión de saber quién es el “Angel de la Guarda” u “Orisha Alagbatori” (para los que no saben, este es el orisha o “santo” que está contigo, te protege.  Tu papá o mamá).  Solo las personas que estuvieron ahí sabían.  No era algo de lo que yo hablaba normalmente, pues mi círculo religioso nunca ha sido tan grande y realmente nadie sabía quién era yo.  

Luego me invitan a un güiro, y voy con mis padrinos.  Era la primera vez, estaba nervioso.  No sabía que encontraría, que vería ni nada.  Osea… nada fuera de lo normal, una fiesta con todos sus juguetes y picadera (me arrepiento tanto de no haber sido menos tímido y meterle mano a los sandwichitos de mezcla, pero pues ya sabrán luego porque menciono eso).  Y es aquí donde tengo mi primera muestra de fe.  Donde mi padre en el santo (ángel protector, orisha alagbatori), me reconoce y me dice que “eres mi hijo” y yo me quedo en una sola pieza.  Nunca había visto a esta persona en mi vida ni sabía quién era yo.  Es imposible que sepa algo de mí, porque ¿quién le va a hablar de mi?  Pues entre eso y otras cosas más que dijo y me dejó con la piel erizada porque entre cosas y cosas, mencionaba algunas que nadie, en todo el planeta sabe, más que yo.

Ese fue el momento decisivo.  Donde me dije a mi mismo, “mismo, ¿qué más prueba quieres que te den?  ¿Qué bajen del cielo en caravana para que te digan ‘loco, ¿qué esperas?  Adelante con la fe’”.  Y es ahí donde comienza este proceso de aprendizaje.  Camino que entre dudas, inseguridades y confianza decidí emprender.

Todo en esta vida es un proceso.  Y luego de haber tomado la decisión de consagrarme, de pasar por un proceso que te reta en todos los sentidos y deconstruye todo lo crees saber y quién eras para formarte nuevamente y darte las herramientas para enfrentar una nueva vida.  De cuadrar una fecha y por cosas del destino no se diera.  Ya estaría con “santo” hecho hace 3 años para esta fecha y este escrito hubiera sido más corto.  Pero como siempre dije, las cosas pasan por una razón y no pasan por lo mismo.

Ha sido un año de pruebas.  De dejar atrás al Carlos Julián que todos conocían… al que YO conocía, para encontrarme con una versión diferente.  Con una persona que, imperfecta, puede decir que es mejor que hace un año y dieciséis días atrás.  Que nadie puede quitarle lo que vivió en su “iyaworaje”. Lo que aprendió, lo que perdió y lo que ganó.

Y es que no fue un proceso tan sencillo.  ¿Sabes qué es dejar de hacer todo lo que te gusta y te define?  Algo tan sencillo como ir a un restaurante a comer o salir con tus amigos al cine.  Tener que decir “no puedo ir, lo siento”, “no me puedes tocar”, “no te puedo dar la mano” y lo peor… “No, no puedo ir al parque de Harry Potter”.  ¿Saben como se llama eso?  Sacrificio.

Si, tener la disciplina, la dedicación y la convicción de hacer algo que no todo el mundo tiene la fortaleza mental ni espiritual para hacerlo.  Que diariamente te encuentras con personas diciéndote que no saben cómo lo haces, cómo puedes ser capaz de haber renunciado a las cosas cotidianas por algo que para ellos es difícil de entender.  Y es fácil mi respuesta: Fe.

Si, esa creencia en que hay algo invisible más grande que nosotros que nos rodea y podemos apoyarnos en momentos en los que sentimos que no podemos más.  En que el mundo nos ha fallado, podemos creer que hay algo que a pesar de nuestros defectos, está ahí para levantarnos y ayudarnos a continuar.  Y que no solamente es tener una fe y creencia a ciegas.  Es saber, tener la certeza que aunque no tengamos evidencia certera y concreta, eso es real.  Y claro, sin llevarlo al fanatismo.

Este proceso de formación, este “boot camp” llamado “iyaworaje”, en el que muchas personas se meten por las razones equivocadas.  Buscando otras cosas que no son las que encontrarán.  Esta formación de persona normal, de civil, a un “sacerdote en formación”.  Un proceso que definirá el resto de tu vida y solo puedes vivirlo una vez.

Haber podido compartir un año con diferentes personas, de tantas partes, tantas casas.  Tantos consejos, buenos deseos. Encontrar en el camino a tanta diversidad de personas que tienen las mismas creencias (aunque desde cada punto de vista de cada uno), y poder aprender un poco de cada ser humano que aparece en este camino de la vida.

Gracias a mi madre y padre, que sin ellos no existiera, yo no estaría escribiendo estas palabras ni entrado en este mundo lleno de tantas experiencias por vivir.  Por traerme a este mundo y cumplir con un destino.

A mis padrinos de trono, de sandwichitos de mezcla, a mi padrino/aleyo/coahijado, a mis hermanos, primos, tios de santo.  Gracias por aportar a este proceso y que cada cosa que han hecho o dicho las llevaré siempre conmigo.

Gracias a mi oyugbona, por agarrarme de la mano y a su ángel de la guarda por guiarnos.  Que tu bendición y la de Obatala nunca me falte. 

A mi padrino, que más que un padrino, ha sido un padre y un amigo.  Que ha sabido guiarme y dado lo mejor de sí para cumplir una meta.  Quiero agradecerte todo lo que has hecho y haces por mi.  Estoy muy agradecido de todo lo que he aprendido y hasta donde he llegado de tu mano.  Ya una meta más cumplida en este camino de la Osha y no me arrepiento de haber tomado la decisión de dejarme guiar por ti. Que tu bendición y la de Elegguá siempre estén conmigo.

A mi madrina, ¿Qué te puedo decir?  ¡GRACIAS! Gracias por las conversaciones en el garaje. Por darme el impulso que necesitaba para lograr una de mis metas, hacerme santo.  Por tener siempre una palabra de aliento. Por los jalones de oreja. Por tratarme, no como un amigo, sino como un hijo.  Tengo tanto que agradecerte que no sé como hacerlo.  Gracias a ti sigo en este camino y no me arrepiento de mi decisión de haberte elegido como madrina y teniendo en cuenta que tengo dos excelentes padrinos, tu siempre seras uno de mis ejemplos a seguir además de mi padrino.  Gracias por tu dedicación y estar ahí en todo este proceso.  Ojalá en este mundo existieran más madrinas como tu y ahijados que sepan valorar el esfuerzo que hacen sin mirar si les beneficia o no.  Cada día siento que les debo más y no sé como pagar tanto.  Que tu bendición y la de Yemayá siempre me alcancen.

Hoy finalmente puedo decir que soy un olorisha… que soy Adelabi.



Carlos Julián

4/4/2023

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