Pues aunque no lo crean, si. Todos, cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande tiene algo que aprender y qué enseñar. No por que seas joven significa que no puedes enseñar a alguien mayor o porque seas el más viejo del grupo significa que tienes algo que enseñar y nada que aprender. Es en la vida diaria que nos damos cuenta que a lo largo de nuestro recorrido aprendemos y seguimos aprendiendo. Y de eso que aprendimos es lo que nos da experiencia para poder demostrar o ayudar a quien más nos necesita en un momento dado.
No, no hablo específicamente de la relación maestro/estudiante de la cual aprendemos ciencias, matemáticas, español, inglés, ciencias sociales, estadísticas o cualquier otra cosa que tenga que ver con algún conocimiento académico o técnica laboral. No se trata de que seamos los más eruditos en una materia y nos sentemos a explicar como se formó el universo o cuanto es la raíz cuadrada de 15. Tampoco de quien en el trabajo sepa más que uno sobre como hacer alguna labor o no. No se trata de ese tipo de conocimiento o enseñanza.
Aquí nos vamos más profundo o aveces ni tanto. Cosas tan sencillas como sentarnos en una esquina de cualquier sitio y empezaremos a aprender de los maestros que en este caso son las personas y otras veces pueden ser animales y hasta cosas. Es el interés que le ponemos a observar una acción lo que nos hace y ayuda a aprender. Ver a una mamá con su niño, un joven caminando por el medio del pasillo, un señor contando sus anécdotas. Pues cada persona tiene algo que enseñarnos, incluso sin tener que hablarnos. Ellas son aprendices y maestros de su propia vida, pues como nosotros, están en esta vida experimentando esta experiencia que se llama vivir y unos tienen situaciones más simples que otros.
Así como somos aprendices, somos maestros. Con cada cosa que hacemos le enseñamos a alguien como somos o como lidiamos con algo. Qué herramientas poseemos para trabajar desde el problema más simple hasta la situación más compleja. Pero es que a veces nos sentimos menos y que no somos dignos de enseñar o no damos el valor a todo lo que sabemos. Tenemos que internalizar que hay otras personas que se pueden beneficiar de lo que sabemos y que están en necesidad de nuestro saber. Sea el tipo de saber que sea. La vida los unirá para que puedas aprender o enseñar.
Por ejemplo; una persona muy allegada a mi me invita a un sitio, a meditar, platicar, liberar tensiones y dejar toda la energía fluir. No pude ir. La persona va sola al sitio y ahí, en el momento que no esperaba, aparece alguien. Alguien que necesitaba hablar con otro ser humano. Una persona que necesitaba de ese tipo de energía vibracional que te eleva el espíritu. Que te escuchen, entiendan y tal vez un consejo. Alguien que pusieron en su camino, y tal vez nunca más vuelva a ver, para hablarle y darle guía sobre una situación. Esta otra persona fue brindada de la oportunidad de recibir una enseñanza y la persona conocida, le fue dada la oportunidad de utilizar su experiencia para enseñar.
Ambos fueron alumno y maestro, pues siendo desconocidos, dos completos extraños, demostraron que no se nace sabiendo y a veces necesitamos ayuda y el otro, que una de sus misiones en esta tierra es de guiar a otros con las palabras correctas en el momento indicado.
Momentos así es que nos damos cuenta de que somos seres imperfectos pero con algo que enseñar para completar a otro ser. Que podemos, como rompecabezas, ser una pieza para que la otra persona logre la tan anhelada perfección del alma. Que creas en el karma o que solo vivimos una sola vez, es el mismo precepto, todos venimos a aprender pero a la misma vez a enseñar.
Somos la libreta con páginas en blanco que aún faltan por llenar. Pero no podemos olvidar que lo que ya se ha escrito es lo que podemos permitir a los demás leer.
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