Un tren, un “pinky promise”, una noche en la playa. Ya luego nada. Una historia destinada al olvido, la cual nadie nunca escuchará, de la que solo esas personas recordarán hasta su último respiro.
Les contaré esta historia, la de alguien quien se ilusionó de un corazón extranjero, de una promesa rota y termina herido. Algo que jamás, él, pensó pasaría, pero sucedió. Para terminar en la nada.
En esos momentos en los que se sentía solo, decidió salir y conocer. Conocer a este extranjero, de tierra lejana y hemisferio contrario. Alguien que, en su mente, estaba fuera de su alcance y sería una salida más, sin nada que esperar. Después de todo, solo estaría en el pueblo un día más, aquel extraño. “¿Qué podría perder?” se preguntó, mirándose al espejo mientras se arreglaba y contemplaba su apariencia, tratando de convencerse de que se veía apto para un encuentro “casual”.
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Pues bien, pasan las horas, conversando y riendo, pero eso sí, no faltaron las ganas inmensas de dar un paso y besar los labios de aquel extraño. ¿Pero y si estaba malinterpretando la amabilidad y cortesía por cortejo? Era una posibilidad que había y en público no se atrevería a descubrir. Decidió dejarlo todo en su pensamiento y ver como las cosas fluían. A todas estas, el chico estaba muy fuera de su liga y el era un simple muchacho, común y corriente, sin mucho que abundar.
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Entre comida y charla, deciden volver a casa. Ver una película, tomar una copa de vino, ver que tal va la cosa luego del almuerzo. Nada complicado. Solo seguir conociéndose en un lugar más tranquilo, aunque ya sabemos a lo que se refieren con eso.
Al llegar a la casa del pueblerino, el extraño, quien comparte algunas de las aficiones, juega con algunas de las preciadas colecciones de la casa. Entre risas, e historias, van acercándose más. Una mirada, un roce y luego… luego un beso tan dulce como miel, del cual jamás quisieras dejar de besar. De los que te transporta a otro lugar, otro mundo, otro espacio. Ya no había miedo ni timidez. Solo era un deseo hecho realidad.
Las horas pasaron, y mientras descansaba aquel extraño entre sus brazos, no dejaba de pensar que todo eso era una ilusión y pronto se acabaría. Lo invadía la agonía de que jamás se repetiría aquel encuentro. Hasta que se despertó. Sus tatuajes, su sonrisa, sus cabello, su cuerpo esbelto. Era imposible para aquel muchacho dejar de observar a quien tenía a su lado, no por morbo, si no por que a primera vista sentía algo diferente.
Pero ya era hora de que terminara el ensueño. Y dejándolo a las puertas de su casa, un beso y una despedida con la posibilidad de volverse a ver. Tal vez en un par de meses, tal vez nunca. Ese es el peso con el que debía cargar, pero se negaba.
Así que decidido, horas después, fue en su búsqueda para un último paseo. Recordando que alguna vez, aquel extraño había perdido un tren, le regala, de su más preciada colección, uno de los trenes que guardaba con celo, pues demás está decir que no permitía a nadie tocar parte de su colección. En ese momento donde pasan por un puente, aquel muchacho tímido, buscando la valentía para entregarle parte de su tesoro, le pasa el dedo meñique y se hacen una promesa… “No olvidar este momento y volver en enero”. Pero era una promesa que sabía no se cumpliría, pero no estaba demás y el momento ameritaba. Algo que había visto siempre en películas.
Luego de esa noche, de promesa, lo lleva a donde se quedaba este extraño no tan extraño ya, donde le prometió volver. Un beso, una caricia…
Pasan un par de días, y todavía con el sabor de los labios de aquel extraño decide hacer lo más radical que haya hecho en mucho tiempo. Sabiendo que estaría a unas horas de distancia, disfrutando del sol en aquellos días de otoño, se monta en su auto y comienza a manejar. Pasan las canciones como horas y no es hasta que llega a su destino que con un simple mensaje le contesta que se encontraba en el mismo lugar que el, para, tal vez, despedirse de él. Pués era tal el sentimiento, que realmente no podía controlar las ganas de no quererse apartar de aquella persona, que solo conocía por par de días. ¿Quién diría?
Es así que quedan en encontrarse en la playa, atardeciendo y hablando. Observando como los barcos se pierden en el horizonte y el pueblerino deseando que no se acabara nunca ese día. Da la noche y entre licor, risas, besos, más promesas que obviamente se quedarían en la nada. Pero no se perdía nada con aprovechar el momento y decirse todo lo que se sentía. Total, no todos los días salías y te encontrabas con alguien del otro lado del mundo y podrías sentirte tan bien. Demás está contar lo que pasó esa última noche, donde el deseo imperó y las llamas de la pasión consumieron todo lo que había entre esos dos extraños.
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Enero 7, 2018
2:39 p.m.
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